Libros del Rincón


Laberintos y gatos


Se oyeron sonar unas campanas a lo lejos. Varios pájaros de aspecto extraño se posaron en las ramas de los árboles cercanos y comenzaron a cantar desafinadamente. Sentiste un impulso de levantarte y caminar hacia lo más oscuro del lugar, e invitaste a los niños para que te acompañaran. Los demás levantaron el mantel y pusieron la basura en un bote cercano, y una vez que se cercioraron de que todo estaba en orden emprendieron el camino.

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Conforme caminaban, el parque se volvía cada vez más oscuro. Los árboles cambiaron de color y se veían azules y morados y hasta el pasto de los prados había adquirido un tono violeta. Caminaban por un sendero de ladrillos que daba vueltas continuamente, rodeando setos de flores o árboles de grueso tronco que aparecían de improviso. El sonido de las campanas se oyó más próximo y fue en ese momento cuando vieron al hombre gordo sentado sobre el tronco de un árbol caído escribiendo apresuradamente.

Cuando llegaron donde estaba les dio una especie de mapa.

—Éste es el mapa de la salida. Pronto podrán regresar... —dijo sonriente.

—Pero esto no tiene sentido —refunfuñó Tico Taco observando el dibujo.

Tuvieron que sentarse a estudiar detenidamente el mapa que se ve en la ilustración.

—Lo primero será llegar al punto 1— dijiste señalando un dibujo del número uno.

—¿No podrías ir directamente a la salida?— preguntó secamente Sergio, mientras los demás se preparaban a partir.

—Sí, es cierto— dijeron los niños.

—La salida es una puerta y parece que está cerrada— dijiste señalando la puerta del dibujo. —Es claro que tendríamos que buscar la llave que posiblemente esté en algún otro lugar.

—¿Y cómo iremos al punto 1?— preguntó Jorge.

—Podríamos seguir esa señal— sugirió Amalia.

¿Dónde descubrió Amalia la señal para ir al punto 1? Ve la ilustración.

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No tardaste en descubrir la señal en las rocas de la derecha, en la parte inferior de la ilustración. Cuando decidieron partir se dieron cuenta de que el hombre gordo había desaparecido, y por más que lo llamaron, sólo se oyó un tenue eco de su voz.

Tú ibas pensando que en cuanto llegaran al punto 1, ya podrías orientarte, pues aunque caminaban hacia donde señalaba la flecha no tenías la menor idea de cuál era la dirección a donde se dirigían dentro de aquel parque.

No tardaron mucho en encontrar un árbol que tenía colgado de una de sus ramas, un letrero que decía: 1. Pensaste que debería de existir alguna otra indicación, pero esperaste para ver qué hacían los demás.

Los chicos te miraron pero tú no hiciste nada.

—¿Y ahora qué hacemos?— preguntó Jorge un poco desconsolado.

Tico Taco comenzó a quejarse y se sentó sobre una piedra. Sergio se quedó parado con expresión pensativa y Amalia dio señales de querer llorar. Al final Sergio exclamó:

—¡Debe haber alguna otra pista!

—¿Pero dónde?— refunfuñaron a coro los demás.

—¡Habrá que buscarla! ¿Dónde está su ingenio?— les respondió.

Un poco de mala gana comenzaron a buscar. Fue Amalia la que descubrió por accidente atrás del letrero que decía 1 el siguiente verso:

Encuentra el gato sentado en su sillita de palo con sombrerito de paja como valiente soldado.

Recordaste que había un gato pintado en el mapa que el hombre gordo les había dado.

—Vamos a buscarlo— dijo Jorge dirigiéndose por el camino por donde habían llegado.

—No es por allí— corrigió Tico Taco con una sonrisa burlona. —El gato está pintado arriba a la derecha del punto 1 y ese camino va hacia la izquierda... debe haber otro camino.

Y en efecto, los niños descubrieron una vereda que se internaba entre los árboles en la dirección correcta. Tú los seguiste sin decir nada, pensando que ahora a los niños les tocaba dar con la salida, ejercitando su ingenio. Aquello era como un laberinto con señales para salir.

En la penumbra caminaron un buen rato. De los árboles seguían cayendo hojas de papel con preguntas pero ahora los niños no les hacían mucho caso, porque toda su atención estaba puesta en descubrir al gato del mensaje. Así llegaron a una pequeña cabaña brillante iluminada por dentro. Los chicos se acercaron sigilosamente y miraron por una de las pequeñas ventanas. ¡Adentro había una pared llena de gatos!

Los niños entraron a la cabaña y se quedaron mirando la pared en busca del gato del versito.

¿Observando la ilustración puedes ayudar a los niños a descubrirlo?

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El único gato que tenía sillita y sombrerito de paja era el que se encuentra abajo a la izquierda sobre el gato con flores. Los niños lo descubrieron también y se acercaron.

—Ya sé qué quieren— dijo el gato.

—¡Un gato que habla!— exclamaron los niños.

—También digo adivinanzas— les replicó el animalito, poniendo cara de burla.

—Buscamos la salida del Jardín de los Árboles Preguntones.

¿Ya saben dónde están? —preguntó el gato casi ronroneando.

—Creo que sí— respondiste.

—A ti no te pregunté —maulló—. Quiero que los niños me digan donde están.

Tico Taco te quitó el mapa y enseñándoselo al gato le dijo:

—Estamos aquí, gato tonto.

—Ahora busquen el túnel de las tres preguntas...

En ese momento se apagó la luz y se escuchó un gran barullo. Los niños y tú salieron corriendo. El lugar se estremecía como si fuera un terremoto. Comenzó a relampaguear. A lo lejos distinguiste entre los destellos de los relámpagos una pared.

Pensaste que era la pared que delimitaba el jardín y hacia allá condujiste a los niños.

Era un muro de piedra muy larga y alta. Como estaba muy oscura y los árboles tapaban la parte superior, no pudiste saber qué tan alta era. Sin embargo, si podían caminar a lo largo del muro seguramente encontrarían alguna puerta.

—¿Por aquí vamos bien?— te preguntaron a coro los niños.

—Tenemos que explorar un poco— respondiste.

Ante tu sorpresa la pared no era recta sino que iba quebrándose en una especie de zig-zag, produciendo a veces esquinas muy agudas.

En el camino encontraron pequeños estanques, un riachuelo con una cascada cantarina y un pequeño quiosco vacío del cual surgía una música extraña.

—Aquí hay una escalera— señaló Sergio.

Era una escalera de pared que se perdía en la oscuridad de las alturas. No tenían ninguna razón para subir, pero tampoco la tenían para no hacerlo, así que tu iniciaste el ascenso.

Subiste y subiste y entre más ascendías, más ligero y entusiasta te sentías. Al parecer, los niños también sentían el mismo efecto, porque los oías hablar animadamente, gritándose con entusiasmo. La ascensión continuó durante un buen rato. En determinado momento los cubrió una espesa bruma, así que tenían que adivinar dónde quedaba el siguiente barrote de la escalera y esto les hizo disminuir la velocidad.

La escalera terminó de pronto. Como no se veía casi nada, tentaleaste con mucho cuidado hacia adelante. Habían llegado a una especie de azotea o terraza y les avisaste a los niños para que tuvieran cuidado.

Caminar en ese lugar era muy peligroso, porque además de que no se veía nada, estaba lleno de palos, que cuando los examinaste con cuidado descubriste que eran escobas. Una de ellas te sirvió de guía, como bastón de ciego. Para que los demás niños no se perdieran los hiciste que se tomaran de la cintura, y así avanzaron como una caravana de ciegos. Fue entonces cuando oíste la voz.


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