Libros del Rincón


Un mensaje en clave


El día amaneció nublado y se sentía un poco de frío. Los sábados no dejabas la cama temprano, pero como deseabas regresar con los niños, a las ocho ya habías desayunado. Pusiste unas manzanas en una pequeña mochila que parecía morral y avisaste que no ibas a comer en casa porque tenías una invitación con unos amigos.

Caminaste apresuradamente bajo una llovizna que apenas te mojaba. Ibas pensando tan intensamente en los niños y cómo hacerlos reaccionar que, sin darte cuenta, llegaste a la puerta de entrada del jardín de la Casa de la Chatarra. El hombre gordo te había dicho que empujaras la puerta en donde estuviera la figura de un trébol. Pero la puerta tenía tantas figuras que no fue fácil encontrar el trébol.

Observando la ilustración ¿podrás encontrar el trébol?

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Por supuesto, estaba en la esquina inferior izquierda y además era de cuatro hojas. Con el pie empujaste con fuerza. Se oyó un clic y aNível Superioremente no pasó nada. Empujaste la puerta y ésta se abrió.

En el jardín, como siempre, el cielo era azul y el sol brillaba. La gente caminaba de un lado para otro con la misma expresión de aburrimiento que les habías visto el día anterior, aunque había mucho en qué entretenerse. Pensaste que se tenía que ser muy, pero muy tonto, para aburrirse pudiendo hacer tantas cosas en ese lugar... todo era querer hacerlo.

No encontraste a tus amigos en el lugar en que los habías visto el día anterior. Buscaste durante un largo rato, pero sin éxito. Preguntarle por los niños a la gente que caminaba por allí te pareció inútil, porque tenías la seguridad de que nadie se fijaba en nadie, pero como nunca te ha gustado quedarte con la duda, te acercaste a una mujer joven sentada en una banca y con la mirada perdida en el vacío.

—Perdone, señorita, ¿no ha visto a unos niños que estaban aquí sentados bajo ese árbol? Preguntaste señalando el lugar.

La joven te miró como si fueras un ser de otro mundo.

—¿Qué dices?— respondió casi enojada.

—Sí, unos niños, estaban ayer sentados bajo ese árbol y yo les encargué que imaginaran unas palabras y...

—Las palabras no se imaginan —te interrumpió—, las palabras se usan para conseguir lo que quieras, como un novio con mucho dinero que te lleva a pasear y que te compra muchas cosas.

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Diste las gracias y te alejaste rápidamente, porque la joven amenazaba con contarte sus opiniones de cómo debería ser el novio ideal. Decidiste ir en busca del hombre gordo que conocía perfectamente el lugar y quien con toda seguridad te llevaría con los niños. Un hombre vestido con una larga y adornada túnica se interpuso en tu camino. Estaba parado con los brazos extendidos en medio de tu camino murmurando extrañas palabras. El hombre miraba a lo alto sin fijarse en nada a su alrededor. No lo podías rodear porque el pasillo estaba cercado con macetas llenas de flores, así que le dijiste:

—¿Me permite pasar, señor?

Como no te respondiera, lo tocaste suavemente en el hombro:

—¿Me permite pasar?

El hombre te miró y bajó los brazos en un gesto teatral.

—¿A ti también se te oxidó la religión? preguntó afligidamente.

—¿Cómo dice?— replicaste sin saber bien qué significaba su pregunta.

—¿Ya se te volvió chatarra la religión?— volvió a preguntar aún más afligidamente.

—¿Se puede volver chatarra la religión?— respondiste.

—Bueno, todo depende de las personas... la gente puede convertir en chatarra todo... yo soy chatarra... tú eres chatarra... todos somos chatarra.

Mientras el hombre hablaba te dejó libre el camino, y te alejaste casi corriendo. El hombre volvió a levantar los brazos y continuó en la actitud en que lo encontraste.

En la terraza donde estaba el hombre gordo el día anterior, no había nadie. Un gato maulló ruidosamente cuando vio que te acercabas a la mesa en el centro de la terraza. El gato tenía entre las patas un sobre que decía: Debe abrirse cuando yo no esté.

Con una rapidez que a ti te sorprendió, arrebataste el sobre al gato. El animal pegó un salto descomunal y salió corriendo. El sobre contenía una hoja doblada en la que encontraste lo siguiente:

CUA TRONI ÑOSES TANEN ELJAR

DINDE LOSAR BO LESPREG UNTO NES

A primera vista te pareció un mensaje en algún idioma extranjero pero luego pensaste que estaba en clave, que era un problema de criptografía. Tú algunas veces habías resuelto algún criptograma descubriendo la clave así que te sentaste a tratar de descubrir qué significaba el mensaje.

¿Y tú, podrás descifrar el mensaje?

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¡Pero claro! pensaste al cabo de un rato de estar estudiando el mensaje. Las palabras estaban separadas y reagrupadas de manera diferente a lo normal. Todo era cosa de agruparlas adecuadamente y el mensaje decía:

CUATRO NIÑOS ESTÁN EN EL JARDÍN

DE LOS ÁRBOLES PREGUNTONES

Por lo menos ya sabías algo: había cuatro niños en un lugar que se llamaba el Jardín de los Árboles Preguntones y estos niños probablemente eran Jorge, Amalia y Tico Taco, más algún otro niño que se les había unido. Sólo quedaban averiguar dónde quedaba el lugar.

Como ya te habías dado cuenta que en la Casa de la Chatarra todo podía pasar, decidiste que tu intuición te guiara. Si sólo recurrías a lo que pudiera parecer lógico, como generalmente sucedía fuera de la Casa de la Chatarra, no hubieras llegado a ningún lado. Así que comenzaste a caminar, guiado solamente por tus sentimientos, aunque pensabas que más bien eran presentimientos.

Comenzaste a cruzar por los cuartos llenos de gente y de cosas por donde habías llegado, a la terraza del hombre gordo. Todo seguía como el día anterior. Pero como esta vez no iba la mujer parlanchina podías observar más detenidamente los cuartos y las cosas que había allí. Sillas viejas se amontonaban sobre libros deshojados y aparatos que no supiste para qué servían. Entre los montones de fierros viejos había gente sentada. En un cuarto descubriste a una pareja joven, muy bien vestida, pero totalmente llena de polvo. La mujer tenía un libro abierto que no leía, y al que de vez en cuando le pasaba la mano para cambiar de hoja. El hombre sacaba una libreta de su saco, la veía durante un rato y la colocaba otra vez en el saco repitiendo lo mismo unos minutos después.

En un cuarto encontraste unos frascos de casi medio metro de alto, exageradamente bien tapados y con etiquetas que decían: sueños. Otros frascos más pequeños tenían etiquetas rayadas que decían: pensamientos. Algunos frascos estaban rotos y observando entre los cristales descubriste un líquido transNível Superiore, como agua, pero que tú estabas seguro que no lo era.

Un loro en una jaula gritaba: tu, tu, tututu, papá, ¡papá!

—Ya no soporto a ese animal— te dijo de pronto una mujer pelirroja sentada en una silla de ruedas completamente oxidada.

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La mujer era sumamente bonita y parecía amigable, así que preguntaste:

—¿Por casualidad sabe dónde queda el Jardín de los Árboles Preguntones?

La mujer te miró largamente y al final respondió:

—Ya no soporto a ese animal.

Seguiste caminando por los cuartos, deteniéndote a ver alguna cosa verdaderamente extraña, pero sin prestarle mucha atención. Así pasó un buen rato hasta que empezó a soplar un viento muy fuerte que te empujaba hacia adelante. Se cayeron varias cosas, algunos papeles salieron volando y el polvo acumulado se arremolinó produciendo una espesa nube. Tapándote la boca y la nariz corriste, casi sin ver por los cuartos, hasta llegar a la puerta del fondo. Tosiendo fuertemente bajaste la escalera y allí estaba, en la parte izquierda del recinto, una puerta de delgados barrotes de fierro con un letrero que decía:

JARDÍN.


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