Libros del Rincón


La Casa de la Chatarra


Abrir la puerta y entrar a la salita te llevó sólo un instante. Era un lugar pequeño, como la sala de espera de los médicos. Había dos sillones grandes y una mesita con revistas. No se veía ninguna otra puerta. En la pared de la izquierda había un timbre y un letrero que decía: TOQUE AL LLEGAR.

Tocaste dos veces. La primera vez esperaste oír un timbre y como nada pasó, volviste a llamar. No se oyó nada tampoco, pero sentiste que el lugar comenzaba a girar suavemente hacia tu derecha. Al cabo de un rato, el movimiento de giro cesó y un hombre abrió la puerta e inclinándose cortésmente te dijo:

—Por aquí por favor.

Cuál no sería tu sorpresa al ver que ya no había tienda sino un jardín con grandes árboles bajo los cuales se paseaba mucha gente.

Un grupo de personas elegantemente vestidas llegaron a tu encuentro. Hicieron una caravana, igual a la que hizo el hombre que te llevó al jardín y el que parecía el jefe te dijo:

—Nos sentimos muy contentos de que hayas venido... verdaderamente orgullosos... aquí todo es viejo, oxidado, un verdadero montón de chatarra... ya sabes: las cosas usadas nadie las quiere, están desgastadas, no sirven...

Ibas a decir algo pero una dama de la comitiva no te dejó.

—Por aquí por favor, yo soy la encargada de atender a los visitantes y de mostrarles nuestras colecciones de chatarra — dijo la dama tomándote del brazo y cruzando contigo el jardín sin dejar de hablar, señalando árboles, bancas, animales, personas y ropa tirada en el piso.

Tú querías preguntar si allí se encontraban Jorge, Amalia y Tico Taco, pero la mujer no paraba de hablar. Llegaron a una casa de ladrillos rojos, y sin detenerse a tocar, la mujer te jaló al interior. Subieron por una crujiente escalera de madera y llegaron a una especie de oficina, con las paredes cubiertas de grandes libros. En medio del cuarto había un escritorio, escrupulosamente limpio y sentado detrás de él una persona a la cual no le pudiste ver la cara ya que por alguna extraña razón toda la zona del escritorio estaba en tinieblas.

Graphics

—Nuestra visita, señor Director —dijo la mujer empujándote hacia el escritorio.

—Hace tiempo que no teníamos el privilegio de ser visitados —dijo el hombre con voz de declamador de recitaciones tontas—. ¿A qué debemos tan inesperado honor? te preguntó.

Tú le contaste todo lo sucedido y cómo habías llegado allí.

—Humm— murmuró el hombre desde sus tinieblas— probablemente esos niños estén aquí,... pero nadie los puede ayudar a salir aunque quizá el Sabio del Paraguas sepa algo...

Bajaron por la crujiente escalera y en vez de regresar al jardín, la dama te llevó por una serie de cuartos que se te figuraron interminables. Los cuartos estaban llenos de cosas y de gente y al cabo de un rato de estar atravesando cuartos, te parecieron que eran las mismas.

Examina la ilustración con cuidado ¿Quién es el Sabio del Paraguas?

Graphics

La mujer no cesaba de hablar durante el trayecto, pero no dijo nada que aclarara tus preguntas. Cuando terminaron de cruzar los cuartos, llegaron a una terraza donde había mucha gente sentada bajo sombrillas para el sol. Rápidamente descubriste a quién iban a ver.

Notaste que en el centro había un hombre gordo que era el único que tenía paraguas.

—Venerable señor —dijo la mujer inclinando la cabeza sin atreverse a ver al hombre gordo—, tenemos una visita.

El hombre te miró y sonrió. Te hizo señas para que te acercaras, y despidió a la mujer.

—¿Cuál es el problema? —te preguntó en cuanto la mujer se alejó.

Le contaste todo lo acontecido, incluyendo la visita al hombre en la casa roja. El hombre gordo no dejaba de observarte con una agradable sonrisa que te inspiraba confianza.

—Aquí llega de todo— dijo suavemente—. Nada es traído a la fuerza. Es como si esta casa fuera su lugar natural. Así como los patos buscan el agua, lo que nosotros llamamos "personas chatarra" vienen aquí. No son felices y tampoco son tristes... son terriblemente aburridos. He visto que las piedras de los cerros son más divertidas que nuestros huéspedes oxidados. ¿Y por qué personas chatarra? Les decimos así por la sencilla razón de que se han gastado como un automóvil. Ya no sirven. En sus casas y en sus trabajos los demás los ven más como cosas que como personas, porque las cosas no piensan ni tienen imaginación.

—Los zapatos usados tienen compostura— le dijiste al hombre gordo pensando en un par de zapatos inservibles que te arreglaron recientemente.

—Así es— respondió el hombre gordo y luego soltó varias sonoras carcajadas—. Todos los días les ofrezco la posibilidad de despertar, de echar a andar sus ideas, su imaginación... les dejo en el jardín toda clase de objetos, de acertijos, de juegos, para ver si alguien los usa para algo creativo. Nada hasta ahora...

—¿Por qué me llamaron para ayudar a esos niños?— preguntaste.

—A veces se piensa que debe venir alguien que tenga imaginación para alborotar un poco. Es fácil venir y es fácil irse. Todo es cuestión de querer hacerlo.

—Así que nada me impide irme a mi casa en este momento —le dijiste al hombre gordo mirándolo intensamente.

—Por supuesto, el halcón te señalará la salida...

El cielo era de un azul brillante. No parecía corresponder a las 5:15 que marcaba tu reloj, sino más bien a las doce del día. El hombre gordo pareció leer tu pensamiento y comentó:

—Aquí siempre es mediodía, aquí nada cambia... No hay que sorprenderse, ya que no es el cielo real, es sólo escenografía, es cartón pintado de azul y con una buena iluminación de la idea, ¿verdad?

—¿Cómo puedo ayudar a Jorge, Amalia y Tico Taco?— fue tu siguiente pregunta.

—¿Ayudarlos?— dijo el hombre gordo mientras se levantaba—. Ellos no quieren ni piensan que necesitan ayuda... pero se les puede poner en el sendero para que recuperen sus ideas, su imaginación.

El hombre gordo tomó un gran paraguas rojo y usándolo como bastón hizo señas de que lo siguieras. Bajaron por una larga escalera y después de dar un rodeo entre grandes macetones con flores, entraron al jardín que viste al llegar.

Graphics

—Aquí hay de todo tipo de personas— dijo el hombre gordo, haciendo un amplio ademán—. Allá está un matrimonio oxidado, ya se gastó... Aquí esta una dama elegante, convertida en chatarra... aquellos señores son empleados de una oficina y por supuesto hace mucho que ya no piensan, ya no tienen una sola idea... y allí están Jorge, Amalia y Tico Taco.

Los niños estaban sentados bajo un hermoso árbol. Tico Taco, que era gordito, en una banca de fierro pintada de blanco. Amalia, con un vestido de lunares, se había acurrucado entre las raíces del árbol y Jorge, con su eterno suéter de cuadros, utilizaba un taburete como asiento. Te acercaste a ellos con cautela. Se veían igual que en la escuela: chocantes y pesados. Te miraron con cara de aburrimiento y uno a uno te dijeron "hola".


[Inicio de Documento][Tabla de Contenido][Previo][Nível Superior][Siguiente] Busca, ...y ¡encuentra!