Libros del Rincón


La voz enigmática


Tú eres una persona a la que le gustan las aventuras. Tienes amigos, niños y niñas, a los que también les gustan. También conoces a unos pocos que afirman no interesarse en aventuras y misterios, pero como tú tienes la sospecha de que dicen eso porque así les han enseñado a decirlo, fingiendo desdén por estos pasatiempos tan divertidos.

Ésta es la historia de unos niños así, que aseguraban que los juegos de la imaginación "eran tonterías de niños bobos" y de repente se vieron envueltos en una extraña aventura.

Todo comenzó cuando tú estabas leyendo un libro y sonó el teléfono. Cuál no sería tu sorpresa al oír una ronca voz que te dijo:

—Jorge, Amalia y Tico Taco han sido llevados a la Casa de la Chatarra.

Graphics

Por más que preguntaste quién hablaba y qué quería, la voz repitió tres veces la misma frase y luego colgó. ¿Qué hacer? Tú conocías muy bien a Jorge, Amalia y Tico Taco. Eran unos niños que en la escuela se distinguían por su comportamiento estirado y chocante, que siempre le encontraban defectos a todo y a todos, en especial Tico Taco, quien además presumía de inteligente y superdotado.

En un caso así lo mejor era ordenar un poco las ideas y eso fue justamente lo que hiciste. Lo primero a considerar era que alguien deseaba que tú supieras lo que les había acontecido a los niños y que ese alguien esperaba que tú hicieras algo para ayudarlos, porque ir a dar a la Casa de la Chatarra era algo terrible. En la escuela, así como en otros lugares, se mencionaba la Casa de la Chatarra como un lugar espantoso, una especie de prisión donde quien entraba no volvía a salir jamás. Nadie sabía qué era, ni en qué parte estaba. Corrían las versiones más fantásticas y contradictorias de tan temido lugar. Tú habías oído decir a muchachos ya mayores que era una especie de viejo palacio colonial, cuyo interior estaba formado por un laberinto de pasillos llenos de trampas, donde el que caía era torturado o devorado por animales monstruosos. Otros afirmaban que era una casona en un oscuro barrio de la ciudad, en la que vivían seres malvados que convertían a los niños en juguetes, en muñecos o en títeres y que los vendían como artículos usados. Pero también había quien contaba todo lo contrario, que se trataba de un bello lugar, con albercas y campos de juego. Pero los niños no podían jugar. Y esto era lo malo, ya que tenían que permanecer sentados a la fuerza, quisieran o no, y de tanto estar sentados se iban oxidando como una máquina hasta que ya no se podían mover, cada vez se hacían más pequeños, hasta que desaparecían en la nada.

Graphics

Otras versiones afirmaban que además de niños habían otras cosas: hombres y mujeres que eran convertidos en chatarra. No faltó algún exagerado que contará que todo podía ir a parar a ese lugar, y al decir todo, se refería a cosas, animales, deseos, pensamientos y hasta sueños.

A ti siempre te había intrigado la idea de cómo un sueño podría ir a dar a ese lugar, pero nadie te había ayudado mucho a resolver el misterio, y tus pensamientos sobre la Casa de la Chatarra quedaron olvidados en algún rincón de tu mente.

Pero ahora alguien te había hablado y no te quedaba más remedio que volver a pensar en la Casa de la Chatarra. Como eres una persona lista, consideraste la idea de que se tratara de una broma, así que buscaste los teléfonos de Jorge y llamaste:

—Jorgito está con Amalia— respondió la voz de una mujer que tú supiste era su mamá.

—¿Amalia?, fue con Tico Taco...— contestó la voz de su hermano.

Te pusiste a buscar el teléfono de Tico Taco pero no lo encontraste fácilmente.

¿Puedes encontrar el teléfono de Tico Taco en la ilustración?

Graphics

Entre todos los papeles que tenías, por fin encontraste el teléfono exactamente bajo tu mano y era el 24-15-16. Le hablaste a Tico Taco pero te respondieron que no estaba. Ahora ya sabías que ninguno de los niños estaba en su casa. Las probabilidades de que en verdad hubieran ido a parar a la Casa de la Chatarra eran cada vez más grandes. Pensaste qué haría en un caso así un buen detective: lo primero sería esperar un tiempo razonable y volver a llamar, mientras esto pasaba, te pondrías a indagar más seriamente todo lo que pudieras sobre la Casa de la Chatarra.

Eran apenas las cuatro de la tarde así que tenías tiempo. Hablarle a tus amigos y compañeros era tiempo perdido porque ya conocías sus versiones sobre las Casa de la Chatarra. Habría que buscar por otras partes.

Cuando saliste a la calle la luz de la tarde te deslumbró. Era una de esas tardes especialmente brillantes que se dan en Guadalajara en época de lluvias. Sabías que oscurecería hasta casi las ocho de la noche, así que tenías mucho tiempo para investigar en la calle.

Te dirigiste rápidamente a una vieja tienda, en el centro de la ciudad cercana al Teatro Degollado. Era una tienda pequeña, donde vendían toda clase de cosas que no se encuentran en un supermercado. Los anaqueles del lugar estaban llenos de cajas, pomos, sobres, libros y unos costales que se apilaban detrás de un mostrador de madera que debió haber sido muy bonito cuando nuevo. Una puerta en medio de los estantes conducía a un pequeño cuarto, que don Isidro, el dueño del lugar, utilizaba como recámara y que según recuerdas, era el lugar más fantástico que jamás hayas visto por la diversidad de cosas que tenía almacenadas don Isidro. Dos que tres veces te permitió entrar en su recámara y observar aquel museo de objetos fantásticos, cuyo uso desconocías por completo.

Pronto notaste que algo raro sucedía. Habías caminado a toda prisa, pensando en todo lo acontecido, sin fijarte muy bien por dónde ibas ya que el camino te era familiar. Pero ahora, de pronto te sentiste en un lugar desconocido. Las casas y las tiendas no se veían igual. De alguna forma ya no estaban donde deberían estar y la gente parecía deslizarse, casi flotando sobre las banquetas. Además había un silencio extraño, que cuando lo notaste, te produjo un hueco en el estómago. La tarde te pareció exageradamente luminosa y caliente. Estabas sudando como si hubieras corrido 20 kilómetros y por un momento sentiste que te ibas a marear.

—¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien?— preguntó una voz que salía apenas de un zaguán.

Miraste hacia donde salía la voz. Era un zaguán exageradamente alto y estrecho, y quizá por eso, extremadamente oscuro.

Graphics

—¿Te sientes bien?— volvió a preguntar la voz.

Penetraste al zaguán trastabillando y sin poder ver casi nada en el interior. Lo mejor era pegarse a la pared y avanzar cautelosamente hasta que tus ojos se acostumbraran a la penumbra del lugar.

—Puedes sentarte aquí— dijo la voz.

Pasó todavía un rato antes que pudieras ver algo. Una anciana estaba sentada en una larga banca de madera. Tejía una especie de suéter que te pareció muy extraño ya que tenía tres mangas de distinto largo y la parte del cuerpo medía por lo menos metro y medio.

—¿Ya te sientes bien?— preguntó la anciana sin dejar de tejer y apenas mirándote.

En realidad no te sentías nada bien. El mareo se hacía más intenso y te pareció que todo el cuarto comenzaba a girar. Te sentaste y cerraste los ojos esperando que con eso se pasara el mareo. Sentiste que pasó un tiempo muy largo mientras mantenías los ojos cerrados. Cuando los abriste notaste que ya no sudabas. El calor había desaparecido y te sentías muy bien. Ante tu asombro, un grupo de ancianos te rodeaban observándote con una sonrisa.

—Ya está bien— dijo la tejedora del suéter.

¿Qué andabas haciendo por esta calle?— te preguntó un viejo elegantemente vestido con un traje claro.

Tu sorpresa no te permitió hablar inmediatamente, pero al ver los rostros amigables de los ancianos les contestaste todo lo acontecido desde la llamada telefónica.

—Humm— musitaron a coro.

—¿Usted qué opina don Damián?— preguntó la tejedora al cabo de un rato de silencio.

Don Damián era el menos viejo del grupo. Curiosamente no tenía canas, ni bigotes ni barba como los demás. Sólo una gran cantidad de arrugas que surcaban su frente y alrededor de los ojos mostraban lo avanzado de su edad. Don Damián te miró durante un rato y al final te dijo:

Tienes dos posibles caminos... puedes regresar a tu casa y olvidarte de todo, pero esto a lo mejor no te gusta... Por otro lado, puedes ir en busca de esos niños... ¿Qué te puede pasar en esa búsqueda? No sé bien, pero estoy seguro que será emocionante, toda una aventura... tendrás que ir a Las Fábricas de los Jueves...

Tú pusiste tal cara de asombro que don Damián se dio cuenta que no tenías ni la más remota idea de qué eran Las Fábricas de los Jueves.

—Aquí cerca encontrarás un nuevo centro comercial. Allí están Las Fábricas de los Jueves. Deberás estar muy alerta a lo que allí sucede y lo que haga la gente, pues de alguna manera te estarán indicando cómo llegar a la Casa de la Chatarra.

—Tú decides que hacer— te dijo la anciana tejedora.

No era fácil escoger, pero al cabo de un rato tomaste una decisión.

1. Si tu decisión fue regresar a tu casa y olvidar el asunto comienza a leer el capítulo El hombre del oso.

2. Si decides ir en busca de los niños continúa en el capítulo siguiente Las fábricas de los jueves..


[Inicio de Documento][Tabla de Contenido][Previo][Nível Superior][Siguiente] Busca, ...y ¡encuentra!