Libros del Rincón


10. Adiós a la ciudad


Esa fue la última noche que pasamos en la ciudad. Temprano, en la mañana, me despedí de don Ignacio y de todos los de su casa. Habíamos vivido unos días maravillosos en la ciudad y nos daba tristeza dejarla, así que íbamos caminando por aquellas calles medio cabizbajos. Sin embargo, yo ya quería volver con mamá, quería mirar el campo en el que había nacido y en el que era tan feliz, quería volver a lo mío: a ordeñar a las vacas y a alimentar a las gallinas, a sembrar la tierra y a mirar los atardeceres del campo, tan distintos de los de la ciudad, a mirar a Celestino pasmado como siempre con los caracoles y las lagartijas, meneando la cola con el vientecito fresco de la tarde.

Tenía ganas de ver a papá, de platicarle lo de los arrieros modernos, de que Celestino se había vuelto burro importante, del sastre don José María González, del entierro de don Benito Juárez, del aguador, de la señorita Patria, de don Ignacio y, en fin, de todas las maravillosas experiencias que Celestino y yo habíamos vivido en la ciudad.

En eso iba pensando cuando ya habíamos salido de la ciudad. De pronto se oyó un ruido fuertísimo cerca de nosotros. Estábamos parados a unos cuantos metros de las vías del ferrocarril y por allá venía el monstruo de fierro, pitando y bramando como un toro enfurecido, echando humo negrísimo por arriba. Me acordé de don Ignacio, que me había dicho que ese día se estrenaba el ferrocarril que viajaba por primera vez de México a Veracruz y que en ese viaje iba el presidente de México, Lerdo de Tejada.

Celestino y yo nos quedamos extasiados, mirándolo pasar. Se me ponía la piel chinita de la emoción. Pasó tan rápido junto a nosotros que mi pelo se removía y mi ropa se me pegaba al cuerpo. A Celestino se le fueron las orejas de lado y nomás entrecerraba los ojos como ciscado. Era muy impresionante ver el tren moviéndose. Detrás de las ventanas, apenas alcancé a distinguir a un señor muy elegante, que seguramente sería el presidente porque iba rodeado de muchos otros, pero todo fue tan rápido, tan de repente y tan emocionante que apenas me acuerdo de esa primera máquina de ferrocarril como en sueños, tan pesada y enorme como si llevara ella encima el trabajo de muchos hombres y mujeres que le habían dado forma.

Hoy, les platico todo esto desde la máquina de ferrocarril que manejo por primera vez para hacer un viaje de México a Veracruz. Celestino me espera en casa con toda su familia azul, junto a mis hijos y a mi esposa, a los que le encargo que cuide cuando yo salgo de viaje para México en el tren. Todos estos recuerdos me vinieron a la memoria en el momento en que me subía a la máquina y la preparaba para arrancar.

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